SIN LANCETA Por Antonio Jiménez Cuenca
Antoñito Lanceta era un ángel bohemio. Llevaba todo el
salero de la bahía de Cádiz en sus bolsillos rotos. Y también la luz de colores
vivos y pasteles del cielo sevillano con los que ilustraba sus cuadros. Cuadros
de viñetas, de comics, de tebeos, peculiares e inconfundibles. Cuando veías una
de sus obras siempre decías “mira Lanceta”. Esas calles peligrosas, a medio
camino entre la vida y la muerte, con gánsteres piadosos y mujeres de la vida.
Siempre en el filo de la navaja y siempre todos fumando, hasta los gatos. Sus
gatos, sus marineros, sus flamencas, sus gordos y gordas, sus lumis y sus
forzudos, vida de arrabal al límite, habitaciones tórridas en noches cerradas,
atmósfera de penumbra tamizada por persianas de palillería. En sus tiras de
cómics se respira el dramatismo cómico de su deambular por este mundo, de
Triana a la Alameda de Hércules o al Bar París del Piojito de La Isla. Como en
sus ilustraciones por encargo; para la apertura del Bar el Pozo Santo, donde el
hecho milagroso no fue que el niño caído al pozo saliera vivo sino que saliera
seco, con su ropita seca, por intersección de la Virgen. Antoñito lo retrató
como los niños de primera comunión.
Pocos como Lanceta para hablar de cine o de comic o de música o de la
vida, de lo mejor que se podía hablar con él era de la vida. Antoñito lo había
vivido todo, conocía su destino, sabía a donde iba porque sabía de donde venía.
Recordarlo hace emerger una media sonrisa socarrona porque nunca se arrugó de
valiente que era. ¡Qué te echamos de menos compare!
Antonio Jiménez Cuenca, Sevilla a 22 de julio de 2019